viernes, 22 de junio de 2007

La Madre de Todos los Hamsteres

Historia de la Ciencia.

De cómo resolvieron la pregunta ¿será la región de control [segmento del ADN mitocondrial] lo bastante estable como para resultar útil en un estudio de evolución humana? La respuesta fue que si y fue probado con el modelo experimental hámster sirio. El resultado fue luz verde para utilizar la sección de control del ADN mitocondrial en el estudio de nuestro linaje, con cerca de 150,000 años (unas 6,000 generaciones). Aquí la historia contada por Syke (2001: 68-72):

Aquella noche, durante el largo viaje de regreso a casa, mientras estaba pensando en otra cosa, experimenté uno de esos raros momentos en los que una idea llega de repente desde los recovecos de la mente, Dios sabe como, y sabes en un milisegundo que es la respuesta a tu problema, aunque no hayas tenido tiempo de razonar el por qué. De pronto me acordé del hámster dorado.

Cuando yo era pequeño, leí en una enciclopedia infantil que todos los hámster domésticos del mundo eran descendientes de una misma hembra. Estoy dispuesto a jurar que no había vuelto a pensar en ello en varias décadas. Y sin embargo, la idea salía a la superficie precisamente ahora. Recuerdo que, en su momento, pensé que aquello no podía ser posible. Pero ¿y si lo fuera? Éste sería la manera ideal de comprobar la estabilidad de la región de control. Todos los hámster del mundo tendrían una línea materna que se remontará directamente a esa “Madre de Todos los Hámsteres”. Por lo tanto, habrían heredado también de ella el ADN mitocondrial, ya que en los hámsteres se transmite por línea femenina igual que en los humanos. Lo único que tenía que hacer era recolectar ADN de un conjunto de hámsteres vivos y comprobar las secuencias de sus regiones de control. No necesitaba tener linajes precisos, porque si era verdad que todo había partido de una única hembra, todos tenían que remontarse a ella. Si la región de control era lo bastante estable como para resultarnos útil, su secuencia sería la misma, o muy similar, en todos los hámsteres vivos.

Le pedí a Chris Tomkins, un estudiante con mucha iniciativa que en el verano de 1990 acababa de empezar en mi laboratorio su proyecto de fin de carrera en genética, que viera qué podía averiguar sobre el hámster dorado. Lo primero que descubrió fue que, hablando en términos estrictos, no se llaman hámsteres dorados sino hámsteres de Siria. Chris fue a la biblioteca pública de Oxford y volvió con buenas noticias: había descubierto que existía un Consejo Nacional del Hámster Sirio en Gran Bretaña. Llamó a la secretaria y al día siguiente nos pusimos en camino hacia una dirección de Ealing, en el oeste de Londres. Allí fuimos recibidos, no sin recelos, por el secretario del Club del Hámster Sirio en Gran Bretaña, Roy Robinson (lamentablemente, ya fallecido).

El difunto señor Robinson era un producto de una época ya pasada: un científico aficionado y autodidacta de gran distinción. Su mal iluminado despacho estaba repleto de libros sobre genética animal, muchos de ellos escritos por él mismo. Sacó su libro sobre el hámster sirio. Estaba mal de la vista, y aun con la ayuda de unas gafas muy gruesas tuvo que acercarse mucho el texto a la cara. Confirmó la historia que yo había leído de niño. Al parecer, en 1930, una expedición zoológica a los montes de la zona de Aleppo (ahora Halab), en el noroeste de Siria, había capturado cuatro curiosos roedores de color pardo-dorado, una hembra y tres machos, y los había llevado a la Universidad Hebrea de Jerusalén. Los mantuvieron juntos, y al poco tiempo la hembra quedó preñada y parió una camada. Estaba claro que no iba a haber dificultades para que se reprodujeran en cautiverio. La universidad empezó a distribuirlos en los institutos de investigación médica de todo el mundo, donde fueron bien acogidos como alternativa a las habituales ratas y ratones, aunque tenían sus inconvenientes como animales de laboratorio: sólo estaban activos por la noche, tenían mal carácter y tendían a morder a los que los manejaban (¡bien hecho!). El primer receptor fue el Consejo de Investigación Médica de Mill Hill, al norte de Londres, que cedió algunos al Zoo de Londres. En 1938 llegan a Estados Unidos los primeros hámsteres dorados.

A veces, el personal de los laboratorios se lleva a casa animales de laboratorio que ya no son necesarios, y los mantiene como mascotas en lugar de matarlos. De ese modo, los hámsteres se fueron extendiendo de un hogar a otro y, a medida que aumentaba su popularidad, los criadores comerciales los incorporaron a sus catálogos. Empezaron a formarse grupos de entusiastas de los hámsteres.

En 1947, en una colonia de cría apareció un hámster picazo, la primera de muchas variedades de color debidas a mutaciones espontáneas en los genes de color del pelaje, que se manifestó gracias a la endogamia de la colonia. No resultó difícil cruzar a los mutantes entre sí y producir una nueva estirpe pura. Los criadores pusieron más empeño en encontrar nuevos colores del pelaje, y en los años siguientes se descubrieron muchos mutantes de ese tipo y se establecieron estirpes puras: crema, canela, satinado, carey... Los hámsteres tenían mucha aceptación como mascotas, y la existencia de estirpes de diferentes colores hizo aumentar el interés. Así comenzó la explosión demográfica: en la actualidad hay en el mundo más de tres millones de hámsteres criados como mascotas.

El señor Robinson vivía en un viejo vivero hortícola, que cuando nosotros lo visitamos estaba en muy malas condiciones. Un largo terreno rectangular rodeado de tapias de bonito ladrillo antiguo contenía macizos de flores excesivamente crecidos y unos cuantos invernaderos con cristales rajados y rotos. Había también dos grandes cobertizos, y el señor Robinson nos condujo al primero, situado a la izquierda, y abrió la puerta invitándonos a pasar. No dábamos crédito a nuestros ojos: en el interior había hileras y más hileras de jaulas, todas etiquetadas y numeradas, y en cada una vivía una familia de hámsteres. El señor Robinson había coleccionado una muestra de cada variedad de color producida hasta entonces, y las estaba cruzando para desentrañar la genética. Había hámsteres blanquísimos, hámsteres de color lila, hámsteres con el pelo corto y oscuro y hámsteres con el pelo largo y sedoso como una cabra de Angora. El señor Robinson tenía tanto prestigio en el mundo de los hámsteres sirios que cada vez que se descubría un nuevo mutante de pelaje se enviaba una pareja a Ealing. Estábamos contemplando la colección de referencia mundial. Como culminación, Robinson abrió una vieja lata de caramelos “Quality Street” y allí, cuidadosamente apiladas, estaban las pieles secas de los animales originales, que también se le habían enviado. Martín Richards, que había hecho el viaje con Chris y conmigo, quedó tan cautivado que se compró dos hámsteres en una tienda de Ealing antes de volver a casa. Los tuvo en su piso durante dos años, hasta que fallecieron. Lo más importante para nuestros propósitos fue que nos llevamos unos cuantos pelos de cada estirpe de la colección del Señor Robinson.

El Señor Robinson nos facilitó también las direcciones de criadores de hámsteres y clubes de propietarios de todo el mundo, y Chris estaba a punto de escribirles para pedirles muestras de pelo cuando se nos ocurrió que aquello podría no salir bien. Ya habíamos descubierto que se necesitan muchos pelos para obtener el ADN, Los pelos de hámster son muy finos y tienden a romperse por encima de la raíz. Aunque a los animales no les importara que les arranquen unos cuantos pelos, era probable que se sintieran un poco molestos, y también sus propietarios, si pedíamos mechones grandes. Comprendimos que necesitábamos otra fuente de ADN. Entonces se nos ocurrió una idea que al principio parecía completamente disparatada. Sabíamos que la reacción de amplificación del ADN era exquisitamente sensible, y que por eso había funcionado con el ADN antiguo de los huesos arqueológicos. ¿Habría en los excrementos de los hámsteres suficiente células desprendidas de las paredes del intestino grueso? Sin duda, ni siquiera el propietario más celoso pondría inconvenientes a desprenderse de unos pocos excrementos por la causa de la ciencia. Pero ¿daría resultado? Sólo había una manera de averiguarlo. De modo que, a la mañana siguiente, Martín apareció con una cosecha fresca de los residentes de la casa. Eran bolitas secas y arrugadas, muy similares a los excrementos de ratón, y totalmente inofensivos [!!!]. Aún así, Chris utilizó pinzas para recogerlas y meterlas en un tubo de ensayo. Hirvió los excrementos durante unos minutos, centrífugo el sedimento y recogió una gota del líquido transparente para la reacción de amplificación del ADN. Funciono de maravilla.

Durante el resto del verano estuvieron llegando pequeños paquetes de aficionados a los hámsteres de todo el mundo. En cuanto oíamos su característico sonido sonajero, sabíamos que contenían. Al fin obtuvimos ADN de 35 hámsteres, y al poco tiempo Chris había secuenciado la región de control mitocondrial de todos ellos. Todos eran absolutamente idénticas. Así pues, la historia era cierta: todos los hámsteres domésticos del mundo descienden realmente de una sola hembra. Pero lo más importante para nosotros era que la región de control se había mantenido completamente estable. Desde aquel primer hámster capturado en el desierto sirio hasta sus millones de tata-tata-tataranietos repartidos por todos los rincones del mundo, el ADN de la región de control se había copiado con absoluta fidelidad, sin un solo error.

Era una idea asombrosa. En condiciones óptimas, los hámsteres pueden procrear cuatro o cinco camadas por año. A ese ritmo, desde 1930 había habido tiempo para engendrar por lo menos 250 generaciones de hámsteres. Aunque nuestros 35 hámsteres no hubieran tenido linajes maternos comprobados que se remontaran a 1930, el hecho de que en las secuencias de sus ADN no hubiera absolutamente ninguna diferencia quería decir necesariamente que mis preocupaciones sobre la posibilidad de mutaciones demasiado rápidas en la región de control eran infundadas. De hecho, era al contrario: resultaba que este segmento de ADN era muy fiable, nada propenso a accesos incontrolados de mutación que hicieran imposible seguir la pista de los cientos de generaciones que queríamos estudiar en nuestros antepasados humanos. Por supuesto, existía la posibilidad de que, aunque la región de control fuera estable en los hámsteres, no lo fuera en humanos. Pero esto no me pareció muy probable, dado el carácter tan fundamental de las mitocondrias, y estaba dispuesto a aceptar el riesgo.

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PD. El sistema eliminó segmentos del texto original en la migración de Yahoo! 360 a Perfiles Yahoo.

del libro que actualmente leo:
Sykes, B. 2001. Las siete hijas de Eva. Editorial Debate. 302 pp.

[entrada publicada originalmente el 23-06-2007 16:21 en Yahoo! 360]

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