–Todas las crisis son lo mismo.
Se refería [Gladstone] a las crisis políticas, naturalmente. En 1885 no había crisis científica, como tampoco las hubo, por cierto, durante otros cuarenta años. Desde entonces ha habido ocho de mayor consideración; a dos de ellas se les ha discutido pública y prolijamente. Interesa hacer notar que las dos crisis dadas a la publicidad –la energía atómica y la competencia espacial– concernían a la química y la física, no a la biología.
Podía preverse que sucediera así. La física fue la primera de las ciencias naturales que llegó a su fase completamente moderna y altamente matemática. La química siguió la estela de la física. Pero la biología, la hija retardada, quedaba mucho más atrás. Ya en los tiempos de Newton y Galileo, los hombres sabían más de la Luna y de otros cuerpos celestes que del suyo propio.
Esta situación no cambió hasta los años cuarenta del presente siglo. El período de la posguerra introdujo una era nueva de investigaciones biológicas, espoleadas por el descubrimiento de los antibióticos. De pronto hubo entusiasmo y dinero abundantes para la biología, y de ahí nació un torrente de descubrimientos: los tranquilizantes, las hormonas esteroides, la inmunoquímica, el código genético. En 1953 se trasplantó el primer riñón y en 1958 se administraron, a título de prueba, las primeras píldoras para el control de la natalidad. No pasó mucho tiempo sin que la biología se convirtiera en el campo de la ciencia que experimentaba un desarrollo más rápido: sus conocimientos se duplicaban cada diez años. Investigadores con la mirada puesta en el futuro hablaban en serio de cambiar genes, controlar la evolución, regular la mente... Ideas que diez años atrás hubieran constituido una especulación descabellada.
Y sin embargo, no se había producido ninguna crisis biológica. El microbio «Andrómeda» proporcionó la primera. (Crichton 1978: 28-29)
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Del libro que actualmente leo:
Crichton, Michael. 1978. La amenaza de Andrómeda. Editorial Bruguera, S. A. 334 p.
García-Sánchez, José Elías; María José Fresnadillo y Enrique García-Sánchez. 2002. El cine en la docencia de las enfermedades infecciosas y la microbiología clínica. Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica, 20(8): 403-406.
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